Sin importar si somos o no amigos de la siempre cuestionada cultura de los Estados Unidos, es innegable que lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001 hace parte de la historia, no solo del mundo occidental sino de todo el globo. De los motivos sobre la destrucción de la punta de Manhattan no se tiene certeza, muchas películas, documentales, series, libros y artículos han intentado representar y hasta reconstruir lo acontecido y como todos sabemos, teorías como las de Michael Moore en la que se responsabiliza al mismo Estado de las muertes que en el lugar se dieron, pueden ser una opción.
Hace unos meses me di una vuelta por el lugar donde dos aviones se fueron de frente contra 2 de las estructuras más populares y representativas de Nueva York; las “torres gemelas”. En ese sitio hay un gigante monumento conmemorativo que consta de 2 grandes huecos en el suelo que alojan unas enormes caídas de agua rodeadas de un borde metálico que contiene el nombre de cada una de las más de 3.000 personas fallecidas. Oficinistas, pasajeros de los aviones, pilotos, policías, bomberos y trabajadores de todo tipo, figuran en esas grandes rejillas de acero que buscan inmortalizar a aquellas personas a las que les terminaron la vida. Flores y pequeñas banderas atraviesan las letras de los homenajeados y el silencio en ese punto de la ciudad hace contraste con el resto de la siempre ruidosa gran manzana.
Estar en la “zona cero” es algo difícil de describir, antes de pararme en ese lugar y dimensionar lo ocurrido, nunca habría imaginado que se sintiera un ambiente tan lúgubre, es como visitar 100 cementerios al tiempo, la idea de posar los pies sobre el suelo que recibió a tantos fallecidos y de una forma tan dramática, simplemente te hace recordar lo frágiles que somos y lo vulnerable que puede ser hasta el país que se cree indestructible.
Lea también: «Un café en el rascacielos más alto de latinoamerica».
Después de descubrir que el homenaje ahí rendido, no solo es para las víctimas del “9/11” sino para los caídos en el “ataque” del 26 de febrero de 1993, en el sitio me indicaron que en las esquinas de la cuadra hay un par de museos (el «9/11 Tribute Museum» y el «9/11 Memorial Museum») que recopilan gran información de los hechos, así que me dispuse a visitarles.
Partes de los aviones, un camión de bomberos casi completo, ropas rasgadas de los rescatistas, juguetes de niños que perdieron la vida, y hasta pasabordos de los viajeros que chocaron contra las estructuras, hacen parte de esta muestra que a mí la verdad me pareció un poco macabra y llena de morbo.
Suscríbete a mi canal de Youtube.
A la entrada del establecimiento tienen hasta una tienda de souvenirs en las que todo visitante puede adquirir prendas con logos alusivos al cuerpo de bomberos, o los siempre emblemáticos símbolos que te recuerdan que el uncle Sam «te necesita». Hay varios espacios para realizar donaciones en pro de los sobrevivientes y fortalecer las instituciones de rescate. No voy a negar que eso logró conmoverme un poco, adquiriendo un porta carnet que hizo que pagara $15 dolares ¿Qué por qué tan caro? bueno, las donaciones tienen límites mínimos, es decir, un precio con disfraz de donativo.
Entiendo que Estados Unidos busque recordar para siempre lo ahí sucedido, comprendo que se quiera hacer perdurar en el tiempo el nombre de las miles de personas que perdieron la vida por el incidente, pero hacerlo tan explícito y cobrar dinero por tener contacto con las pruebas de un asesinato en masa, me hizo sentir supremamente incómodo, estos dos museos muestran la desgracia como atractivo turístico ocurrido a pocos metros, por un momento hasta pensé -“bueno, muchos museos en varios países hacen eso ¿no?”- , pero hallar que sobre exponen la situación a tal punto de instalar sistemas de sonido que al oprimir un botón reproducen las llamadas de auxilio que las personas al interior de las edificaciones hicieron al 911 mientras las devoraba el fuego o todo se les derrumbaba, me hizo huir del sitio inmediatamente.
Lea también: «Un día en la bombonera».
No todo es vender, hay varios símbolos en el «memorial» que merecen la pena, yo destaco 3, el primero de ellos es el nuevo edificio del World Trade Center bautizado como el «Freedom Tower» de poco más 541 metros de altura, que se muestra como un fénix renaciendo justo al lado de sus desaparecidas predecesoras, convirtiéndose así en un nuevo referente neoyorquino de perseverancia y fuerza. Su «gemela» está en construcción (no pude entrar esta vez porque estaba cerrado ese día para el público).
El segundo que destaco, es un árbol que sobrevivió a la desgracia, manteniéndose siempre erguido y teniendo sus raíces justo en medio de lo que antes eran las torres, su tronco ha resistido no solo el fuego, el polvo, los trozos de metal y escombros, sino también a los visitantes que siempre buscan tocarle así tenga una pequeña cerca rodeándolo.
Y por último, un señor de avanzada edad que permanece en el «9/11 Tribute Museum», quién para el 11 de Septiembre de 2001 era el portero de una de las torres y se encuentra siempre dispuesto a contar su versión de la historia desde un punto de vista muy personal y queriendo dar a entender a sus pequeñas audiencias que por más problemas que se tengan y nuestros seres amados desaparezcan, la vida sigue y se abre camino de formas que jamás imaginamos.
Lo que se queda fuera de duda es que este lugar es de obligatoria visita si se está en NY, recomiendo hacerlo el día que se quiera visitar Wall Street y/o el puente de Brooklyn atendiendo a su cercanía.
De mi puño y letra.
Guanaweb